Despertamiento
Cuando despiertas, el sueño deja de ser entelequia. Pero ¿Qué es todo entonces sino sueño de celaje garzo y pungente, con el aroma del agua cautiva? Todo es entonces cada vez menos, cada vez más efímero.
Lo sabes. Sabes qué es y qué se siente, a qué sabe y a qué huele despertar el día en que crees que nada cambia, y darte cuenta de que estás saliendo por una puerta distinta de la que usaste para entrar. El aire es distinto, la luz es distinta. Te separas de ese cuerpo, ahora ajado, espurio y salino, sin despedirte siquiera, como omitiendo o queriendo omitir lo indefectible de esa última exhalación. Te pones de pie y sientes la aspereza del suelo, que a su modo te incita a caminar indeterminadamente. Sientes ese sabor acre en la lengua, el sabor de lo concreto y de lo tangible, el sabor del mundo.
Te vistes y sales a la calle, no sin la sensatez de limpiarte las sandalias antes de andar, teniendo cuidado de mantener el polvo en la memoria de tus manos. La humanidad entera calla, distraída de la solemnidad de tu ceremonia incógnita. Sientes cómo tu nariz se libera de años de letargo, y hueles el sol y las nubes y los árboles. Sientes cómo la estación ha cambiado. No sabes cómo, pero lo sientes, siempre lo sientes de alguna manera.
Tomas el camino de vuelta a ningún lado, desatendiendo el hecho de que ya no tienes a dónde volver, o más bien, que no vuelves más y que tomas rumbo nuevo. Tienes que forzarte al olvido voluntario, porque la gravedad del pasado te lleva a lugares que ya no son más. De vuelta al alboroto y al tumulto, pero no a las alharacas familiares, sino a bullicios desconocidos.
En el camino te fumas un recuerdo cuya favila se esparce libremente por el espacio, y con su colilla enciendes una querencia, que dejas consumir lentamente mientras reparas en cómo el cerúleo hálito se torna turbulento siempre tras alejarse algo del fuego. Y del fuego, ahora, sólo la sal y la ceniza, más breves que la última mirada, esa que ya no se acompañó de lágrimas y que nunca tuvo el valor de entregarse.
Buscas valor para escapar del sueño, que te llama con voz de sirena, en una calle transitada, en una hoja acerada, en el último trago, en el camino trunco, en un profundo abismo; hasta que te das cuenta de que estás despierto. Enciendes entonces uno más, el último que queda de gusto dulce, a la salud de la neblina que se disipa mansamente.
Israfel, 03/2007
(Música: "Faraway, So Close" U2)
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