Flores y Cartas
– ¿Cómo que no está? ¡Estoy segura de que lo empaqué!
– Pues no está. Y a menos que seas mitad rusa, dudo mucho que esta sea tu maleta.
– Mitad rusa...
Cecilia sale del baño a medio vestir, refunfuñando algo sobre los rusos.
– ¿Qué es eso? Pregunta al ver la libretita que tengo en la mano.
– Pues parece un pasaporte. Aunque no le entiendo nada, parece que está en ruso, creo.
– ¿De quién es?
Abro el pequeño cuadernillo verde y noto que donde presumiblemente había una foto ahora hay un hueco cuadrado. Asimismo, los datos en esa página aparecen tachados con marcador negro.
– Ni idea. Pero parece ser que no quería que la reconocieran.
– ¿La reconocieran?
– Supongo. Ropa de mujer, estuche de cosméticos. O es mujer o es una “loca”.
Cecilia hurga en la maleta, viéndose frente al espejo probándose la ropa, como haciéndose a la idea de que su maleta está rumbo al otro lado del planeta. Le queda bien, aunque es de un gusto algo más sobrio que la ropa que acostumbra. Al fondo de la valija encuentra una bolsa plástica negra que cruje con el movimiento.
– ¿Qué será?
La abro con mucho cuidado de no maltratar su contenido, para encontrar una docena de rosas secas y un atado de viejas cartas amarillentas.
– ¡Qué lindo! ¡Flores y cartas! – dice Cecilia – Seguramente es alguien que viaja para ver a su amor, que se encuentra lejos en un viaje de negocios. No, no, es ella quien está de viaje de negocios y vuelve a los brazos de su amado.
– ¡Qué triste! – contesto yo – Flores y cartas… Son cosas que no te llevas cuando viajas, sólo cuando sabes que te vas para no volver… Y el pasaporte tachado, como queriendo olvidar hasta quién es. Supongo que fue mejor que haya perdido su maleta.
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